La vida esta llena de inicios y finales. De etapas con fecha de caducidad, pero que siempre vienen acompañadas de la promesa de un nuevo renacer. Podemos verlo en el Universo, en la naturaleza, en la vida misma; todo es cíclico. Las estaciones del año, las fases de la luna, el movimiento de los astros.
Para que una planta pueda nacer una semilla debe morir, para que nazca una estrella deben morir otras y así sucesivamente.
Las señales están en todas partes pero continuamos encerrados, seguimos tratando de guiar el cauce del río a nuestro antojo, de cambiar el clima, de destruir los bosques para construir ciudades y lo único que logramos es generar dolor, manifestar destrucción y atraer desastres. Igual pasa en nuestro diario vivir, nos empeñamos tanto en obtener ese objeto, ese trabajo, ese amor, que al intentar desviar el flujo natural de los acontecimientos nuestro ego resulta herido y sufrimos, sufrimos mucho. La divinidad nos pone las circunstancias para que aprendamos, y a veces podemos desviar el golpe una, dos o tres veces, sin darnos cuenta de que los manotazos llegaran infinitamente hasta que aprendamos la lección y mientras nos resistimos seguimos quebrándonos…
¿y si decidimos escuchar y confiar? ¿Qué tal si finalmente nos llevamos de esa voz interior que nos pide soltar eso que no nos deja avanzar? Dejando morir esa relación tóxica, renunciando a ese trabajo que nos mata lentamente, abandonando esos sentimientos negativos que nos llenan de oscuridad.
Debemos entender que algunas cosas deben esfumarse para poder hacer espacio en nuestro ser y recibir lo nuevo, para poder torcer nuestros egos y decidirnos a cambiar.
Abramos nuestras puertas a otras oportunidades más enriquecedoras y positivas, agradeciendo a los maestros del pasado y dándole la bienvenida a los nuevos comienzos. Cada segundo nos regala ese instante para cambiarlo todo. ¡Vamos a aprovechar su regalo!
Adaísa🌿
[Colaboracion para la revista Bien-Etrê 2017]
Ilustración: Leah Dorion